LA CERCANÍA DE LA MUERTE MEJORA ALGUNAS CONDUCTAS
Se conoce como “mejoría de la muerte” a la recuperación de una salud que se había perdido y que en general ocurre en un tiempo cercano al fallecimiento esperado de un moribundo. Esta evolución, idiopática, sorprende a los cercanos del desahuciado: notablemente a los allegados del enfermo que consideran la mejoría como una rendición del proceso agónico; menos notable (por las experiencias acumuladas), pero también llena de admiración y una especial perturbación, a los clínicos que se ocupan de crear un entorno menos desfavorable para el enfermo.
Se entiende el concepto no como que “la muerte mejora”, sino que hay una mejoría en el entorno de la misma. Este giro lingüístico puede tener tantas interpretaciones desde el punto de vista filosófico del lenguaje como contextos y enfoque diferentes puedan ser especulados por su observación, ya que desde el punto de vista científico (ese pensamiento científico que sigue el método del mismo nombre) no puede categóricamente explicarse.
Pues bien, como observador de distintos contextos y como especulador alternativo a la ciencia del método, yo tengo la ocasión de comentar tres situaciones que bien pueden llamarse también “mejorías de la muerte”.
La primera, es la que ocurre como conducta paradójica de una persona depresiva que presenta una notable mejoría del ánimo en el lapso de tiempo que precede a la acción suicida.
El suicidio como la privación voluntaria de la vida y como una conducta peligrosa o dañina para quien la realiza es un fenómeno que se da en la naturaleza, en la humana (podría pensarse que este fenómeno se da en otros ámbitos del mundo animal, pero no han quedado claros los rasgos de esos sucesos como para incluirlo en este concepto).
Es el suicidio un elemento más de ésto que se ha dado en llamar cosas del vivir —y del morir— humano, pero, dejando a un lado la explicación del concepto de suicidio, voy a entrar en un especulante esclarecimiento: ¿Cómo es que el ser humano —cuya base es un suprasistema nervioso que se constituye y dirige por el funcionamiento integral de la máquina de supervivencia que es— tiene intenciones, planes y acciones para la privación voluntaria de su existencia? ¿Cómo esta máquina, con capacidad para sobrevivir en las más difíciles circunstancias en las que arriesga su existencia, llega a considerar y ejecuta el suicidio?
Podemos ser los humanos víctimas del suicidio por la sencilla razón del miedo al dolor. Y es este miedo al dolor junto con el suicido un tema complejo y complicado por nuestra propia intervención en su esclarecimiento.
El miedo suele atenazar nuestro discurrir para buscar soluciones. El miedo al dolor —a no tener las herramientas para combatirlo— bloquea nuestra inteligencia y con más miedo aun —el derivado de pensar en el suicidio— pactamos la solución final de dejar de ser y existir. Decisión esta —la de morir por autoconsentimiento— que requiere un impulso añadido para salir del miedo. Miedo que se quita con miedo ayudado de un impulso que conlleva en sí una mejoría del ánimo necesaria para ejecutar la acción suicida. Una “mejoría de la muerte” (la primera de ellas).
La segunda de las mejorías antes enumeradas, la que tras un encuentro con la muerte – fortuito o por patología grave-- supone una inflexión notable en el discurrir de la vida futura del sujeto. Así, por ejemplo, “verle las orejas al lobo”, a cualquier edad, pero especialmente en jóvenes, supone un notable cambio, la mayoría de las veces, al salir del trance. Es esta, otra “mejoría de la muerte” (la segunda de ellas).
Por último, aunque podrían ser más, la tercera de ellas es la mejoría o cura proveniente de la aceptación cuando no queda más remedio que vivir los últimos tiempos de una existencia añosa y no se quieren más batallas (cierto que esta última podría, y tal vez ocurre en personas jóvenes, pero es difícil que en ellas no predomine la esperanza como factor atenazante que supera en ello al mismo miedo y evita acciones cambiantes en esa espera de un cambio: la curación). Sin embargo, el viejo -- salvo que tenga una patología severa, dolorosa y limitante—se da cuenta en algún momento que queda o puede quedar poco de existencia. Esta notación conlleva, las más de las veces, un fortalecimiento existencial que supone beber, aunque sea a pequeños sorbos, los últimos tiempos vitales con sus correspondientes, aunque escasos, disfrutes. Es esta, la otra “mejoría de la muerte” (la tercera, y última, de ellas).