18/12/16

ESPÍRITU



LA INCOMPRENSIÓN DE LA MATERIA PARA UNA MUERTE RACIONAL

Cierto es que a lo largo de los tiempos el humano se ha preguntado por muchas cosas. Ha escudriñado el origen del cosmos, el origen de su vida, lo espiritual y lo material, lo mortal e inmortal —entre otros asuntos—. Y de todas las cosas que se ha cuestionado me llama la atención que todas las ha podido presenciar salvo dos: lo espiritual y lo inmortal. ¿A que se deberá eso?

El homo contempla el cosmos, la vida, la materia y la muerte, y se pregunta por ello. Pero ¿por qué se pregunta por lo que no ha sentido?

Fabulamos —creamos el mito— para justificar aquello que no podemos testimoniar con los sentidos o demostrar con la ciencia y por ello la mitología va acotándose a medida que la razón y sus investigaciones muestran lo oculto. Es el espíritu, probablemente, una reminiscencia mítica de épocas menos racionales y lo será por largo tiempo. Lo que no sentimos, lo que no es visiblemente materia, nos parece inmaterial —espiritual—. Y tiene la espiritualidad dos estandartes: la mente y el alma.

Es lo mental, espiritual, lo que genera mi cerebro en tanto no se muestren algunos procesos cerebrales, en tanto no se vea su materialidad. Lo que hoy es mente, mañana será función de la materia cerebral —el conjunto de unos procesos cerebrales superiores—. Lo espiritual resulta de la incomprensión.

Es también lo espiritual una conexión con la inmortalidad. Otro espíritu, el alma, conecta la necesidad humana de no querer ser mortal: muere nuestro cuerpo —materia—, pero no nuestra alma —espíritu—. Un deseo causado por miedo, por miedo a la muerte. Por miedo al desconocimiento de la muerte. Pero, ¿es miedo o incomprensión de la muerte? ¿Por qué —nos preguntamos— hemos de morir nosotros como vulgares animales?, nosotros los racionales, los únicos —así nos creemos— libres, presuntamente, del universo. Y entonces recurrimos a la fabulación, al mito, e ideamos un Dios (o un Arquitecto de todo cuanto vemos y cuanto no vemos) y nos erigimos en el animal de su elección, basando nuestra racionalidad en un mero préstamo con intereses de éste en forma de espíritu, el alma —como algo desgajado de su esencia y que ha de ser eterno como él, sin un límite temporal como lo material—. Nos consideramos parcialmente inmortales y nos reconfortamos engañosamente para aguantar el dolor de la vida y de la muerte.

El hombre de hoy, ecosistematizado, debe dar respuesta a su vida y a su muerte sin arrogancia sobre lo demás y ha de entender su muerte como el fin de un ciclo que se repite saciantemente en la naturaleza.
La inmaterialidad de Dios —Dios como espíritu puro— es también el resultado de nuestra incomprensión de la materia. Al ver sus supuestos actos (que si puede explicar la ciencia) pero no a él, lo fabulamos como espíritu —al igual que hacíamos con los procesos cerebrales a los que llamamos mente y con las cosas cuya materia no sentimos—. Dios, un Arquitecto, existiría, tal vez en una dimensión no alcanzable por nosotros o tal vez como producto de un proceso cerebral.

Aquí están los ingredientes. Que cada uno los mezcle —no como una ensalada sino como cosas conexas— y digiera.
Ahí va una receta: Mientras llega la mostración y demostración de los procesos cerebrales —que aclararan muchos mitos— perdamos miedo y soberbia ante la muerte, y entreguémonos a ella de la mejor forma posible: racionalmente — aceptándola como el fin de ciclo de los elementos vivos de un ecosistema y luchando contra lo más penoso de ella, el dolor—. Y si esta aceptación nos parece muy humana, demasiada humana, resistamos sin ceder en la búsqueda de la excelencia para la sabiduría y la inmortalidad física (científica). 





Aulo Pila







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